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Unchained Melodies


El último día del año es el día por excelencia para ver por el rabillo del ojo echar al ojo atrás. Estos días, para los amantes de la música - sin obviar otras expresiones de arte como el cine, la literatura, el teatro o el lanzamiento de hueso de oliva con esputo - también es tiempo de 'Los mejores de', esas infames listas con las que muchos pretenden regalar al mundo sus opiniones sobre lo mejor del año. Soy un profundo amante de las listas, pero nunca he sido lo suficientemente disciplinado, ni he tenido el valor que se necesita para sentarme a hacer retrospectiva de todos los discos que he escuchado durante el año, y clasificarlos en una especie de lista que refleje lo mejor del año a nivel personal.

Lamentablemente, este año me encuentro en mucha menos disposición de hacer este ejercicio. De los últimos años este ha sido, de muy lejos, el que menos he seguido las nuevas publicaciones de discos del año. De hecho, podría extenderme más hablando de algunos conciertos a los que he asistido este año; tan extraño ha sido este 2018. Sin embargo, hay un disco que, si bien quizá no lo hubiese puesto como uno de 'Los mejores del año', no es mucho menos especial para mí.

Roy Orbison ha sido el descubrimiento musical de mi año. Los motivos quedarán documentados en mis memorias, así que ahora no me extenderé con ello. Solo decir que la música de Orbison - en especial su último disco, Mystery Girl - ha resultado ser un bálsamo para muchos de los momentos del año en los que lo ha hecho falta.

Pese a su lamentable fallecimiento hace ya treinta años, su música, lejos de apagarse, sigue creciendo bella, luminosa y melancólica, como fue en vida. Tenemos que agradecerle la iniciativa a los hijos de Orbison, que, junto a la Royal Philarmonic Orchestra de Londres le dan nueva vida al legado de Roy Orbison. Unchained Melodies es una continuación de A Love So Beautiful, un proyecto que pretendía añadir arreglos orquestales a clásicas tomas de voz de Roy. Pudiendo haber sido un 'Greatest Hits' al uso, Unchained Melodies - así como su predecesor - presenta una visión diferente al catálogo de éxitos de Orbison. Las canciones, posiblemente harto conocidas, alcanzan nuevas cotas de intensidad e instrumentación gracias a unos arreglos, que suenan a hechos con todo el cariño del mundo. Y es que, si las canciones de Roy Orbison ya fueron y serán bellas, tratadas y arregladas con amor lo pueden ser aún más.

  

Unchained Melodies es un disco perfecto para introducirse  y enamorarse de la música de Roy Orbison. Me atrevo a decir esto con conocimiento de causa. Las canciones no suenan para nada pomposas, y la nueva instrumentación suena perfecta y a medida para éstas. Unchained Melody, canción que absolutamente todos hemos escuchado de mil maneras y de mil labios distintos, por ejemplo, gana una intensidad que eriza los pelos de la nuca. A nivel personal, la inclusión de temas del disco Mystery Girl me emociona y es como un regalo caído del cielo. She's a Mystery to Me me estremece aún más que la versión de estudio; Comedians presenta ese crescendo perfectamente melancólico de una forma aún más elegante si cabe que la versión original; y Careless Heart y California Blue ganan en belleza, algo que me habría costado imaginar posible hace unos meses. Además del resto de canciones, que son una retrospectiva perfecta tanto para fanáticos como para foráneos, y otros corazones melancólicos.

2018 ya llega a su fin, un año entero se echa delante, y solo me queda desear un 2019 tan hermoso como estas canciones.

El vídeo del Viernes


Dicen y comentan que este fin de semana van a caer las temperaturas; nada que unos ukeleles y una tonadilla cabaretera no salven. Porque ya saben lo que también dicen: que George Harrison es capaz de hacer latir el más gris de los días.

 

Walls

Se preguntarán en qué he andado metido. Strikes and gutters, ups and downs. Ya saben cómo va la vida; aveces te comes al Oso y otras...

He estado haciendo algunas cosas guays. Muchos conciertos, actividades, el ocasional contacto social con personas de carne y hueso... sin pasarse, por eso. Se reirán, pero para mi es algo importante. Algunas de estas cosas merecen unas líneas por si solas, como el fantástico concierto que se marcaron los Grassland Sinners (un grupo de aquí Barcelona) rindiendo tributo a The Southern Harmony and Musical Companion, una gloria de disco; pero hoy quiero hablar de nuestro rubio favorito.

No hablo de Rod Stewart puesto de decolorante para mocasines. Como se imaginarán, es del rubio de Florida de quien quiero hablar, el añorado Tom Petty. La semana pasada tuve el privilegio de ir a un concierto precioso en la Sala Apolo, en el que un grupo de personas se reunieron con el único propósito de celebrar la música y las canciones de un músico que dejó tanto en nuestros corazones como se llevó al irse. La cita era simple. El grupo de Barcelona Masclans se encargaría de poner la música -con un mimo y un cariño que emocionaban- y con ellos en el escenario irían subiendo uno detrás de otro algunos músicos de la escena local a rendir tributo a las canciones de Petty con sus voces y sus instrumentos.

Si soy sincero, me lo pasé como un crío en Navidades. El hecho de poder oír y sentir ciertas canciones en directo con tanto respeto en el ambiente, tal buen rollo, que hubo algunos momentos en los que no pude evitar emocionarme. Un repaso a algunos de los temas más conocidos de los Heartbreakers, los discos en solitario de Tom e incluso de las cesiones compositoras al gran Roy Orbison. Me cantaron Wildflowers, que es una de las canciones más bonitas de mi vida y me subieron a una nube. El concierto cerró con una Handle With Care de los Wilburys preciosa y emotiva, en una colaboración de todos los artistas invitados que recordaba a aquél cósmico With a Little Help From My Friends de Joe Cocker.

La excusa que me hace escribir estas líneas es, curiosamente, un tema que no conocía. Si no recuerdo mal, fue el tema que el guitarrista del grupo presentó como su favorito, de entre todos los que había escrito Tom Petty al lo largo de su vida. Y yo soy lo suficientemente sensiblero como para emocionarme con estos gestos. Firmada y publicada por los Heartbreakers como parte de la banda sonora de She's the One, una especie de comedia romántica de mediados de los noventa que no sé porque no he visto aún; porque además de la banda sonora de Tom y los Heartbreakers, está Cameron Diaz en ella y todos sabemos que Cameron Diaz en los noventa era ¡chissssspeante!

Walls es una canción preciosa. Se grabaron dos versiones para la banda sonora de la película; una versión entre lo teatral y lo orquestal, casi onírica, y otra más acelerada, eléctrica y powerpopera. Mi favorita es la segunda, pero ambas son geniales y tienen un estribillo que es capaz de arrancar el arcoiris de una tormenta. Puede parecer una tontería, pero en pocos días esta canción se ha hecho con un sitio en mi corazón.

Y, como todo lo bueno en la vida es mejor si se comparte, no puedo hacer más que dejar cuatro palabras y una canción. Feliz viernes.

Pasión no es palabra cualquiera


Esta tarde he asistido a la presentación del libro Pasión no es palabra cualquiera y, ya por fin, lo he comprado. Pasión no es palabra cualquiera es proyecto de Joserra Rodrigo (Exile SH Magazine, rockandrodri land) con ilustraciones de Cayetana Álvarez. Financiado a través de crowdfunding en Verkami, es un libro que recopila diferentes reseñas y relatos relacionados con canciones y discos que han marcado la vida de Joserra y, al igual que la de él, la de muchos otros.

Aún no he leído más que un par de relatos, así que no puedo decir mucho del libro. Sin embargo, puedo afirmar que lo mejor de los textos de Joserra es La Pasión con la que los escribe. Son textos capaces de desbordarse del papel o de la pantalla del ordenador para abrazarte y moverte. Esto es, nada menos, lo que le pido a las canciones. Y encontrar algo parecido en unos textos, que además llevan canciones fantásticas e inmortales de fondo, es una gozada.

Hace ya semanas que pienso por qué he vuelto a escribir en un blog. Hay una conferencia de Ted Talks en la que Simon Sinek (un tipo realmente interesante) contaba que para vender un producto o una idea lo que importa no es qué haces ni cómo lo haces, sino por qué lo haces. Ese mensaje, el por qué, es el que llega a las personas. No pretendo venderos nada, pero ese concepto, el por qué, me dejó fascinado. Sí, escribo sobre música con cierto estilo y formato, y puedo tener más o menos gracia haciéndolo pero lo que me mueve a hacerlo es lo más importante. Y he pensado mucho sobre ello.

Por una parte, mi propia realización personal. Ver que soy capaz de hacerlo, hacer algo que realmente me gusta, mejorar en ello y poder sentirme orgulloso cuando relea algo que yo mismo he creado. Tengo que confesar que me ha pasado. Hace poco que he retomado el asunto este de la escritura y, al releer textos antiguos -nada del otro mundo, pero algo al fin y al cabo-, he llegado a sorprenderme y sentirme satisfecho por apreciar mucho de lo que escribí hace unos años.

Por otro lado, lo hago porque me gusta compartir la música que me gusta. A veces, hablando con alguien sobre música -y sobre cine, libros o marcas de mortadela, qué sé yo- me emociono y quiero decir tantas cosas que me colapso. Quiero decir que tal disco o tal canción tienen un sonido tal o cual, que en cierto momento salta un acorde, o se electrifica, o una nota suspendida me erizó los pelos de la nuca en tal momento; son tantas cosas, que mi cabeza piensa más rápido que la lengua y ésta se tropieza. Escribiendo tengo la calma suficiente para intentar decir todo lo que quiero decir. También, compartiendo canciones y discos, he llegado a conocer personas maravillosas. Lo digo en serio: ahora mismo me vienen a la mente nombres que gracias a compartir y escuchar música con ellos y ellas (personalmente o a través del ancho de banda) se han hecho con un trocito de mi corazón.
Unos minutos antes de la presentación me ha llegado un vídeo al teléfono. Era mi sobrina de 9 meses dando sus pasos ayudándose de un móvil de madera con patas a modo de andador. Y, ahora, con todas las emociones a flor de piel, pienso que quiero escribir, en este blog o donde sea, por ella. Quiero compartir todas estas canciones, estos discos que amo, con ella. Hasta el día que le de tal chapa que me desplace, que ya no acepte mi música, se rebele y me haga capaz de amar lo que ella ame como yo amo ahora a los hermanos Robinson, a Gram Parsons o a George Harrison, por mencionar algunos.

Y de la misma manera que quiero compartir con ella, quiero compartir, amar y darle la chapa a todo aquél que tenga la mala pata de poner un pie por aquí. La única satisfacción que busco es que alguien me diga que ha escuchado y disfrutado un disco por mi culpa.

Beggars Banquet

Allá por 1968 los Rolling Stones salían de un período complicado. Nada que no se volvería a ver más adelante, pero las redadas, el grillete fiscal de Su Majestad la Hacienda Británica y la mala prensa de los sectores más conservadores de la sociedad hicieron de 1967 un año duro de roer.

En lo musical la cosa fue muy distinta. Si bien es cierto que tenemos ese inconsistente experimento psicodélico que es Their Satanic Majesties Request y un acercamiento a la música pop que podía interpretarse como forzado o comercial, la verdad no se puede negar: el grupo estaba metido en una excelente espiral creativa. Todo empezaría en 1966, mostrando en Aftermath unos Stones hambrientos de nuevos sonidos e influencias, pero sin perder la luz del faro del blues, que había iluminado la concepción y la revolución de los ingleses. Curiosamente fue Brian Jones, antaño purista talibán del blues del Mississipi, quien viera un cambio más extremo durante esos meses, experimentando con toda clase de instrumentos del mundo y aportando nuevos sonidos y sabores a las composiciones del grupo. Sin olvidar a Jagger y a Richards, el primero encontrando a golpe de cadera su espacio como uno de los frontman más carismáticos del show business, y Richards erigiéndose como un compositor con todas las de la ley, experimentando con sonidos y afinaciones abiertas de guitarra que le han hecho inmortal para la Historia. Además, por supuesto, la dupla de estos dos fenómenos consolidándose como la fuerza compositiva monopólica en la banda. Y, como siempre, Bill Wyman y Charlie Watts seguían siendo la base rítmica más sólida y elegante que ha parido Madre Tierra.

Los primeros meses de 1968 el grupo lo pasaría trabajando en nuevo material. También fue el inicio de la colaboración del grupo con el productor Jim Miller, con quien trabajarían desde entonces hasta 1972. De estos años salieron los que, honestamente, considero los mejores discos de los Rolling Stones: Exile On Main St., Sticky Fingers, Let It Bleed y Beggars Banquet, el que nos trae hoy aquí. Todos estos discos serían una vuelta a las raíces del blues y del country, pero con la interpretación personal de unos Stones que por aquél entonces no tenían suficiente con los purismos.

El primer fruto de esa colaboración fue Jumpin' Jack Flash, canción lanzada como sencillo en mayo. Después de todo el ácido, de dejarse llevar por las corrientes pop y psicodélicas que les llevarían a discos como Between the Buttons o Their Satanic Majesties Request, algo mínimamente alejado del pop o la psicodelia haría las delicias de los fanáticos más puristas. Y este tema realmente lo fue. Uno de los riffs de guitarra más reconocibles de la historia, que arranca un blues frenético y vicioso de guitarras superpuestas; un jugueteo de Richards con diferentes afinaciones abiertas en guitarra acústica, una de las muestras de lo que sería capaz de conseguir experimentando. Se publicó un vídeo para promocionar la canción; la simple imagen de Mick Jagger con las pinturas de guerra lo decía todo: lejos quedaba la psicodelia, las chorreras y los trajes de fantasía y colores, era el tiempo de volver a las raíces.
Los próximos meses se dedicarían a la grabación y producción Beggars Banquet. Las sesiones para ese álbum fueron muy fructíferas, a pesar de la falta de Brian Jones en el estudio. Por aquel entonces sus problemas emocionales y con las drogas eran ya insostenibles, presentándose en una de cada muchas sesiones de grabación con ideas muchas veces irrelevantes para lo que se estaba haciendo en ese momento. Eso no le impidió estar presente en el varias canciones del álbum, aunque prácticamente todas las guitarras quedarían a cargo de Keith Richards, quien se echó gran parte del peso de la composición de la música a sus espaldas.

En aquel entonces los Rolling Stones ya eran una de las bandas más importantes del mundo, pero lo cierto es que su mejor material estaba aún por componer. Y, para muchos, entre los que me incluyo honestamente, este disco es del mejor material que han publicado los Rolling Stones.

Beggars Banquet empieza nada menos que con Mick Jagger poniéndose en la piel y traje de Satanás. El Diablo es el protagonista en Sympathy for the Devil y, a ritmo de samba, repasa algunos de los episodios más funestos de la Historia, desde la condena y las dudas de Jesús hasta el Holocausto. Sin embargo, nuestro protagonista se presenta como un hombre de gusto y bien posicionado, no como la bestia vípera y viciosa del imaginario clásico. Mucho inspiraría esta imagen de Lucifer, presentándolo como un hombre de negocios bien vestido, pero manipulador y sádico. Y ni tan equivocado estaba Mick Jagger cuando afirmaba que todos los males de la humanidad los cometemos nosotros, pese a que nos guste adjudicarlo al lado con cuernos y tridente de la balanza del bien y el mal. Hablando de cosas afiladas, el solo de Keith Richards es uno de los momentos más inspirados del disco, apareciendo de la nada para acuchillar el ritmo sambeño de la canción, llevado a la perfección por las congas y la percusión y el piano del inigualable Nicky Hopkins. Sin mencionar los ya inmortales coros que sazonan gran parte de la canción.

Le sigue No Expectations, un blues que emula las melodías y las imágenes melancólicas del bluesman Robert Johnson y, como un buen blues, No Expectations habla sobre sentirse tirado. Jagger pide que le lleven a una estación y que le metan en un tren, que ya no tiene expectativas para mucho. Obviamente se trata una balada de desamor; como reza en una de sus últimas estrofas: our love is like our music, it's here and then it's gone

Veo necesario para hacer un alto para hablar de Brian Jones ya que este tema fue el espacio para uno de los últimos momentos de genialidad del músico inglés. Sus problemas de salud y sus adiciones ya habían hecho mella en el frágil joven, volviéndolo paranoico, cosa que haría que se perdiese gran parte de las sesiones de grabación para el álbum. Habría algún breve episodio de esperanza, involucrándose en proyectos que le ilusionaban, como la producción en Marruecos de Brian Jones Presents the Pipes of Pan at Joujouka, pero el tiempo acabaría dejando claro que no tendría remedio. 

Según Mick Jagger, la guitarra slide de No Expectations fue la última vez que vio a Jones realmente involucrado en algo que valiese la pena hacer. Es triste, pero posiblemente es más que cierto. Su guitarra en este tema es una de las últimas grandes contribuciones de Brian para la música de los Stones. Las harmonías metálicas del slide son tan elegantes y melancólicas que duelen, pero casan a la perfección con el piano y la base acústica, acordes abiertos de Richards que siguen una progresión similar a You Can't Always Get What You Want. El canto de Mick Jagger es emotivo y sentido y, pese a conocerle, resulta más que creíble que el protagonista de la canción tiene el corazón realmente roto.
Dear Doctor, por otra parte, pone un broche cómico después de semejante balada. El protagonista de la canción es un joven desesperado con dolor donde debiera estar el corazón. Le llora al doctor y a su madre para que le libren de la pena. El motivo de su llanto es que la chica con la que se tiene que casar es "una cerda patizamba" (oh the gal I'm to marry is a bow-legged sow). Ni el bourbon que le sirve su madre, determinada a celebrar el enlace en la hora acordada, consigue calmar a nuestro saco de nervios, que va sintiéndose peor y peor a medida que pasan las horas. Y no es pequeña la sorpresa cuando encuentra una nota en la chaqueta; es para saltársele el corazón por la boca: la nota es de su prometida y, en ella, se lee que siente hacerle daño, que no tiene valor para decirle a la cara que está en Virginia con su primo Lou (el de él, no el de ella). Obviamente, hoy no habrá boda. 

Si Beggars Banquet supuso una inmersión casi perfecta de los Stones a la música country, en gran parte fue por faltas de respeto al género como ésta. Bebiendo inspiración de lo más profundo y endogámico de la cultura redneck y la música honky tonk, este tema es un country blues acústico que roza la parodia, incluso llegando Jagger a imitar el acento sureño en tono burlesco. Sin embargo, está perfectamente ejecutado y las guitarras casan deliciosamente con la armónica, acechante desde las sombras. Parachute Woman aparece a continuación, directa desde el Delta del Mississipi. Un blues crudo y sexual en el que Jagger ofrece a una mujer paracaidista aterrizar encima de él para satisfacer todas sus necesidades. De guitarras juguetonas, slide de Brian Jones incluido, se les une Jagger a la armónica en un cierre genial.

Después de Parachute Woman sigue Jigsaw Puzzle, a la que muchos han comparado con el trabajo de Dylan a mediados de los 60. Tanto si es una inspiración real o no, es una buena muestra de lo larga que fue ( y sigue siendo) la sombra de His Bobness en la música popular. Una letra compleja, de imágenes de marginados, pensionistas y forajidos que rozan el esperpento. Incluso Jagger se permite un divertido guiño a los miembros del grupo (Oh the singer, looks angry at being thrown at the lions; and the bass player, he looks nervous about the girls outside; and the drumer, he's so shattered trying to keep in time; and the guitar players look damaged, they've been outcasts all of their lives). Parachute Woman es un blues acústico adornado con slide guitar, de la mano de Keith Richards, y el piano de Nicky Hopkins, que juguetea con la guitarra, mientras Brian Jones aporta con el melotron.

Un par de meses después, en Febrero de 1969 MC5 publicarían Kick Out The Jams. En él, uno de los mejores discos en directo que se pueden escuchar, la grabación inicia con un speech de Rob Tyner invitando a la gente a salir a la calle y ser "parte de la solución" y no del "problema". Eran tiempos convulsos; el Verano del Amor veía sus primeras hojas marchitas y los jóvenes seguían muriendo con la cara contra el barro. Y las protestas y la revolución llegó a ojos de titanes como los Beatles y los Stones. Sin embargo, mientras que grupos como MC5 se posicionaron claramente a favor de rebelarse y salir a la calle, los Beatles eran conscientes de la revuelta pero no la terminaban de ver con buenos ojos, sobretodo cuando la cosa llevaba a las calles: pero cuando hables de destrucción, puedes dejarme fuera, chillaba John Lennon en el Álbm Blanco de los de Liverpool.

No veo muy diferente Street Fighting Man de el enfoque de Revolution de los Beatles. Mick Jagger es muy descriptivo con las revueltas estudiantiles de Francia de ese año, la situación en Estados Unidos por la Guerra de Vietnam y lo apacible que parece Londres en comparación. Sin embargo, pese a ser una de las canciones más politizadas del grupo, no parece posicionarse realmente, aunque la sociedad y la historia le hayan dado un mayor significado en ese sentido. La canción, eso sí, es un auténtico vendaval sonoro. Un simple rasgueo de San Richards con dos guitarras acústicas superpuestas y un ritmo contundente son suficientes para volar cabezas. Brian Jones toca el sitar, mientras que Nicky Hopkins se encarga del piano y, curiosamente, Richards grabó el bajo debido a indisposición de Bill Wyman.
Aunque en un inicio no fue acreditada correctamente, Prodigal Son es una composición original del bluesman (posteriormente Reverendo) Robert Wilkins. Un blues del delta crudo y arisco sobre un chico que huye de la familia con todo lo que ésta tiene y vuelve escocido a casa después de ser masticado por la vida. Le sigue la que posiblemente es la canción más polémica del disco. Stray Cat Blues trata sobre un hombre que fantasea con mantener relaciones sexuales con una groupie menor de edad. El protagonista no parece tener conflicto con ello, llegando a incitar a la chiquilla (e invitando a una amiga aún más traviesa que ella) diciéndole que no se preocupe, que no es un animal descerebrado. Incluso la letra se atreve a decir que no es un crimen capital, no es nada por lo que uno merezca ser colgado. Por mucho menos hoy día arde asfalto. Pero lo que realmente es un delito es lo inadvertida que ha pasado esta canción en la historia de los Stones. Amén de ser una canción viciosa como ella sola, es una primera muestra del excelente trabajo que haría Jim Miller durante sus años como productor del grupo: un tema eminentemente eléctrico que se enrosca y se engancha como pegamento. Es una canción que recuerda mucho a otras como Midnight Rambler o Can't You Hear Me Knocking.

Factory Girl pone un contrapunto reposado antes de acabar con el disco. El punteo inicial indica que se trata de un tema folk y la percusión y la mandolina lo confirman dulce y sencillamente. Recuerda mucho a las maravillas que harían Led Zeppelin en su III o algunos pasajes de Physical Graffiti. Lo cierto es que, le guste a uno la música folk o no, Factory Girl es un tema delicioso que endulza fácilmente lo más amargo y lascivo del disco. 

Llegamos al final.

Keith Richards ha demostrado con los años que tiene una mano derecha prodigiosa cuando se trata de rasguear acordes. Esa habilidad le viene al pelo a la curiosidad que siempre ha tenido por diferentes afinaciones de guitarra. Salt of the Earth es una muestra excelente de ello, y también es la canción que finaliza Beggars Banquet.

En The Dirt, la biografía de Mötley Crüe, se cuenta que, en uno de sus procesos de desintoxicación conjunta, el grupo se sentaba alrededor de una guitarra a cantar You Can't Always Get What You Want y a llorar juntos. Si bien la canción que cierra Let It Bleed es la catarsis redentiva perfecta y el tema que de ha ganado el cariño de la historia, Salt of the Earth no tiene menos mérito. Es el propio Richards el que, junto a su rasgueo de guitarra, se encarga de cantar los primeros versos en un disco de los Rolling Stones. Y se estrena con un tema precioso sobre la clase trabajadora, "la sal de la tierra".

Brian Jones no participa en éste tema, ni falta que hace. Tristemente, pocos meses le quedarían de vida y su situación de entonces provocaría que se perdiese uno de los temas más memorables de toda la discografía de los Rolling Stones. Mientras el rasgueo metálico de Richards aún está desnudo, entra lo que parece una guitarra slide o una de pedal, que acompañará en las sombras durante toda la canción. Keef se encarga de cantar los primeros versos, y luego comparte la tarea con Mick Jagger, brindándole a las gentes de bien y trabajadoras. En éstas se mete Nicky Hopkins con el piano, juguetón y contundente, y se les unen Wyman y Watts al estribillo, en una conjunción perfecta de buen gusto. En la grabación también colabora el Watts Street Gospel Choir y te das cuenta que toda la canción ha sido una celebración, que roza lo religioso, de todo lo sencillo y bueno que hay en las personas, de esa humanidad que parece que estemos perdiendo.

Si tuviese que encontrarle una pega a este disco, quizá me quedaría con el hecho de que ya no podré escucharlo con la inocencia de la primera vez. Sin embargo con cada escucha es posible detectar un detalle, un matiz o, como con todo en esta vida, escuchar esta maravilla desde otra perspectiva. Me doy por satisfecho con eso y con poder compartirlo con todos ustedes.

Salud.

Young Man's Blues


Si hay una historia de fracaso, injusticia y muerte en con la cara en el barro que merezca ser contada, ésa es la de Rock City Angels. Mucho se ha dicho, conspiranoiado y escrito sobre uno de los episodios más sonados de la escena del hard rock angelino de los 80 y asegurar qué partes son ciertas y qué no se antoja realmente complicado. Sin embargo, es una historia que tiene que ser contada. 


Todo se remonta a principios de los ochenta, Florida. Bobby Bondage, vocalista, y Andy Panik, bajista, se conocen en una proyección del documental sobre la música punk de la época The Decline of Western Civilization y forman The Abusers. El sonido y la estética punk rock en sus inicios se fue maquillando -literalmente- con lápiz de labios, eyeliner y un sonido acorde a los tiempos que corrían: una mezcla de punk y glam sucia y brillante que les caracterizaría durante gran parte de su carrera. Bobby Bondage, en éstas se haría llamar Bobby St. Valentine para ser finalmente Bobby Durango, vocalista ya de Rock City Angels. Pese a tener cierta aceptación y fama entre las gentes de la zona de Florida, el éxito real no llegaba y, cuando el grupo estaba a nada de echar el cierre, apareció Ann Boleyn de New Renaissance Records. Se fija en el grupo y les contrata, llevándoselos a Los Angeles, el lugar a ir si se quería ser alguien en la industria. 

Ya en Los Angeles el grupo conoce a un joven y aún desconocido Johnny Depp, que se enrolaría en la causa como guitarrista rítmico. Su sonido sucio y directo y su estética les hicieron crecer como la espuma en los círculos de pubs y locales de la ciudad, haciéndose un espacio en el nicho de bandas como Junkyard, Faster Pussycat o unos Guns and Roses que aún no eran el dinosaurio que acabarían siendo. Este hecho, precisamente, fue el que puso a los Rock City Angels en el radar de Geffen Records. 


Aquí es donde viene una de las partes morbosas de la historia y vete tú a saber si es cierta: el interés de Geffen no se encuentra realmente en nuestros protagonistas de hoy. A la discográfica ni siquiera le gusta el grupo ni su sonido pero, como he dicho antes, está ganando cierta popularidad en los círculos de un grupo en que la discográfica sí tiene interés: nada más y nada menos que Guns and Roses. Los de Florida son una amenaza real para su juguete favorito y Geffen decide comprar los derechos y el contrato del grupo, según se dice, con malas artes. Se dice que Ann Boleyn de New Renaissance Records recibió amenazas e incluso un inocente atentado contra su vida como parte de las negociaciones.


Al final Geffen se hace con el contrato de Rock City Angels. Ya bajo el ala de la todopoderosa multinacional, el grupo edita su disco debut y éste se publica en 1988; un disco que es, perdonarme que sea poco fino, mejor que se te siente Scarlett Johansson en la cara. Pero antes de meternos en solfa, sigamos con la historia. Geffen descuida deliberadamente la promoción del disco y, aunque el grupo gira con gente del nombre de los Georgia Satellites, Joan Jett o Jimmy Page, el disco no llega tan lejos como debería. De hecho, las turbias habladurías dicen que sí se compraron discos, y el grupo cobraba los royalties que le correspondía, pero que luego estos discos iban a ninguna parte: Geffen los mandaba a destruir.


Cuando Rock City Angels están preparados para arrancar a grabar el segundo álbum la discográfica rechaza todo el material que tenían preparado. Eso es nada menos que cerca de ochenta canciones, más seis temas más grabados en Londres con Brian Robertson, guitarrista de Thin Lizzy. Eventualmente, la todopoderosa Geffen terminaría dándole la patada a estos fracasados. Las teorías pasan desde las drogas a problemas con la propiedad de algunas de las canciones del grupo, el hecho de querer allanar el camino a unos Guns and Roses que sí acabarían triunfando, hasta el interés de mantener a Johnny Depp centrado en su carrera como actor.


Sea como fuere, el grupo cayó en desgracia para acabar muriendo en el olvido. Muchas de estas canciones rechazadas acabarían viendo la luz bajo otros sellos, pero es evidente que Rock City Angels no obtuvieron la popularidad que, personalmente, merecían. Seamos honestos, Guns and Roses demostrarían que están en un nivel completamente diferente, pero este Young Man's Blues, el debut de estos pobres fracasados de la Costa Este, estaba por encima de mucho de lo que se hacía durante esos años en la escena del glam y el sleazy angelino.


El disco en sí es una maravilla con un sonido crudo y sucio que en muchos momentos recuerda a unos ZZ Top pasados por una lijadora. De hecho muchos de los temas más roqueros del disco tienen un tinte a blues rock llevado a la perfección, consiguiendo los riffs sencillos pero contundentes de temas como Deep Inside My Heart o Boy From Hel's Kitchen. El sonido glam de los inicios del grupo se deja manchar por estas influencias, de blues y de soul, dejando un sonido deliciosamente perverso y pantanoso.


Si tuviese que quedarme con un par de detalles sobre este disco (ustedes tendrán sus cosas que hacer y su paciencia tendrá un límite) me quedaría con un par de canciones en concreto. Los dos temas que he mencionado antes, el funky fardón de Beyond Babylon, la excelente rendición de These Armos of Mine de Otis Redding o Gotta Swear. Gotta Swear lo tiene todo, al principio, para ser un single poderoso. El limpio y metálico sonido de una guitarra acústica, un rasgueo sencillo, la voz empieza delicada y sencilla y entonces... Se mancha. En el mejor sentido de la palabra: eléctrico, blusero, un slide eléctrico que alimenta el alma. Está lejos de ser un tema para mojar bragas o llenar estadios, pero es sencillamente delicioso. Luego te viene Dark End of The Street y es mejor si cabe. Más delicada, bonita y con una crudeza que pone la piel de gallina cuando crece y crece para llegar a un intermedio que recuerda al que harían Guns and Roses en su versión de Knockin on Heaven's Door, pero sin la vergüenza ajena.
Young Man's Blues es un disco para enseñar en las escuelas. Denle al play ya.

Tom Petty (1950 - Para siempre)


Estoy escribiendo ahora mismo y pensando en lo injusto que es que tenga que estar escribiendo estas palabras. Tengo el corazón roto porque Tom Petty nos ha dejado.

Ya me fui a dormir con el pecho afectado porque a la policía de Los Ángeles (o quizá fuimos nosotros, que a veces nos comportamos como parásitos que devoran la información como patos, engulléndola y maltratándola) comunicó por error la muerte del cantante y guitarrista anoche. Parece ser que fue un paro cardíaco y, pese a sobrevivirlo cuando salió la noticia, mientras muchos dormíamos el músico de Florida falleció.

No suelo darle más importancia a la muerte de músicos y artistas que el profundo y sincero respeto, y admiración en algunos casos. Soy así, simplemente no me sale. La última vez que lo sentí tan cercano fue cuando se apagó Ed Harsh, la anterior cuando lo de Levon Helm. Y con Petty de veras siento una parte de mí débil, desolada y húmeda de lágrimas.

Si ahora es cuando tengo que decir algo bueno del viejo Tom diría que tenía una canción para cada momento de la vida. No tienen por qué ser canciones escritas para tal fin, ni siquiera uno puede llegar a interpretar cada canción con una vivencia, simplemente esas canciones están ahí, acompañándote. Siempre digo que lo que mejor que puede hacer una canción es abrazarte. Pues bien, a lo largo de más de cuarenta años Tom Petty escribió canciones que no sólo te abrazan, te mecen en la cama y velan por ti las noches que estás enfermo.

Siempre conservaré con mucho cariño el recuerdo de discos que hoy por desgracia son más inmortales que ayer -Hard Promises, el Gran Sueño Americano que es Damn the Torpedoes, todos esos discos de principios de los noventa que, para mí, parecen inspirados por un ente superior, o Wildflowers, mi vergel favorito cuando necesito un espacio en el que perderme, despreocuparme u olvidarme de lo que sea.

Cuento todo esto porque sé que terminaré celebrando cada canción del gran cuentacuentos americando cuando se cruce en mi camino, pero ahora Wildflowers (ese álbum que tiene esa luz especial) se ve gris, marchito y lloro con él.

Far away from your trouble and worry
You belong somewhere you feel free