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The Wind



"I'm working harder and... You know, you put more value on every minute... I mean, I always thought I kind of did that. I really always enjoyed myself. But it's more valuable now. You're reminded to enjoy every sandwich, and every minute of playing with the guys, and being with the kids and everything." - Warren Zevon sobre cómo debería ser vivir la vida. 

Hay una escena al final de la segunda temporada de Californication en la que Hank Moody termina la biografía de Lew Ashby, un productor musical con una vida poco menos ajetreada que la de Keith Richards. En la escena, nuestro escritor televisivo enciende un ritual que ejecuta cada vez que termina de escribir un libro: Whiskey, Weed and Warren Zevon. Es una escena muy emotiva y, curiosamente, está aliñada con Keep Me In Your Heart de fondo. Shadows are falling, and I'm running out of breath, keep me in your heart for a while. Ni el más duro sería incapaz de sentir algo.

Hank Moody se presenta, desde el primer episodio de la serie, como un personaje en el fondo del pozo que nunca pierde el sentido del humor cínico y afilado que lo caracteriza. Al igual que el protagonista de nuestra epopeya televisiva, el héroe de la historia de hoy, Warren Zevon, nunca pareció perder el norte de lo que era importante para él y, gracias a esa actitud, y a su viperino sentido del humor, hoy podemos dar gracias por la última obra de su discografía.

Warren Zevon compuso, produjo y grabó The Wind durante los meses siguientes al diagnóstico de un tipo de cáncer de pulmón que le acabaría quitando la vida al año siguiente. Para ello, se rodeó de un elenco envidiable de colaboradores: Tom Petty, Mike Campbell, Billy Bob Thornton, Dwight Yoakam, Don Henley y Joe Walsh de los putos Eagles... y el resultado es un disco más grande que la vida misma.

The Wind no habla sobre la muerte ni la enfermedad que padecía Zevon. Irónicamente, muchas de las canciones de su álbum del año 2000, Life'll Kill Ya, (La Vida te Matará), tratan sobre la muerte, especialmente My Shit's Fucked Up, que habla de cargar años a las espaldas y el declive que viene con ello. A mí, personalmente, me gusta que The Wind no trate sobre la muerte ni la enfermedad, porque el mismo disco ya te da señales por otros medios. La voz de Zevon no es la misma que en anteriores trabajos, y se llega a percibir cansada en algunos momentos, cosa por otra parte totalmente entendible. Ello no le quita ni una pizca de fuerza al disco, que destaca en momentos como Disorder in the House, tema a dueto con el Boss Bruce Springsteen.

Una de mis canciones favoritas es la que abre el disco, Dirty Life and Times, en la que Zevon hace un balance de su vida en clave de country rock, con los excelentes coros del querido Dwight Yoakam. Después de Disorder in the House, sigue una versión excelente de Knockin' On Heaven's Door. Para mí, una de las mejores, si no la mejor, rendición de la canción de His Bobness, Bob Dylan. Curiosidad: Steve Gorman de los Black Crowes toca la batería en el tema.

Numb as a Statue es una canción curiosa. Un rocanról a piano y una excelente guitarra eléctrica, con una letra poderosa que puede estar hablado de drogas o de amor, vistas ambas como una adicción que es capaz de elevar y hundir a cualquiera. Le sigue She's Too Good For Me, que es simplemente para echarse a llorar: I'd wait here for a thousand years, If she'd come back to me. I have everything she wants, and nothing that she needs.

Prison Grove es una canción fantástica. Un blues oscuro con una atmósfera pesada y asfixiante que sólo deja respirar durante el solo de slide de Ry Cooder, afilado como un cuchillo. Siguen El Amor de Mi Vida, balada desesperada y que parte el alma y The Rest of The Night, excelente canción con Mike Campbell a las guitarras y Tom Petty a los acompañamientos vocales.

Esta última canción pone un poco de luz antes de un final de disco que puede resultar demoledor. Please Stay es una canción para enmarcar; tiene a Emmylou Harris a las voces, junto a un Warren que muestra una voz ya cansada, unos teclados dulces durante todo el tema y un solo de saxofón muy sentido. Rub Me Raw, la penúltima canción del disco, anticipa un momento difícil con un blues duro y eléctrico.

Keep Me in Your Heart es una de esas canciones y también se encarga de cerrar The Wind. Aquí, Warren Zevon deja el último mensaje para sus seres queridos.

Una de las últimas voluntades que nuestro protagonista dejó antes de morir, fue pedir a Crystal, su ex mujer, que escribiese una biografía sobre su vida. La petición incluía no obviar ningún detalle de su vida, por muy escandaloso, vergonzoso, ilegal o inmoral que fuese. Gracias a ello tenemos I'll Sleep When I'm Dead, the dirty life and times of Warren Zevon. Armas, drogas, un trastorno obsesivo-compulsivo que le acompañó durante toda su vida y muchas más fechorías aderezan el libro. Resulta gracioso que, de conocer que se trataría de su última canción, cualquier otro la hubiese utilizado con un fin más magnánimo. De redención, quizá. Sin embargo, Warren Zevon, que cualquiera diría que tenía motivos para desear redimirse, utilizó su último aliento para decirle a sus seres queridos y, quizá al resto del mundo, que guardemos un pequeño espacio en el corazón para él. Y lo mejor de todo, de la manera más sencilla:

Shadows are falling and I'm running out of breath, keep me in your heart for a while (...) Sometimes when you are doing simple things around the house, maybe you'll think of me and smile.


Debo reconocer que, pese a ser mi favorito, The Wind no es el mejor trabajo de Warren Zevon. Son otras cosas aquéllas en las que radica la grandeza de este disco. Quizá se deba, no sé, al contexto en el que se grabó el álbum. O quizás se trate del contexto en el que yo escucho el álbum. Quizás, no; se trata de eso. Siempre se trata de eso, ¿no? Muchas de estas canciones tienen un significado muy especial para mí, he tomado refugio en muchas de ellas y aún hoy lo sigo haciendo. Me sorprendo usándolas, inconscientemente, como una especie de catarsis -o un tratamiento, como queráis llamarlo- en el que me enfrento a cosas a las que, de otra manera, me costaría más enfrentarme. Y ahí es, donde muchas veces, duerme latente la grandeza de un disco, esperando a que alguien lo descubra y sienta con él.


El disco:

Ventiuna pistolas

Todos tenemos secretos. Secretos que cuestan de confesar. Y está bien tenerlos porque, qué sería de nosotros si verbalizásemos todo lo que pensamos todas las mañanas, día tras día, cuando estamos en el tren, y tenemos la cabeza metida entre dos torres que son lo suficientemente altas para que uno pueda oler sus axilas sin esforzarse, mientras el tren no avanza y por qué no se mueve que me quiero bajar. O la chica del sábado de la discoteca que en realidad no era ni tan modelo ni tan filóloga ni tan flexible como contaste en el afterwork del lunes. O el chico del sábado en el garito de salsa que quizá no se parecía tanto a Richard Gere y que lo más parecido a un masaje de pies que te hizo fue rascarse el culo y luego oler los dedos cuando pensaba que no le mirabas. Todos nos guardamos cosas, y está bien, maldita sea, está bien que la ropa sucia no asome cuando hay visitas. Yo no me puedo identificar con estas trivialidades pero, a pesar de ser un ser superior, también soy humano y, como todos, sangro cuando me pinchan y, como a todos, me avergüenzan muchas de las cosas que he hecho durante mi vida.

Veréis, yo también fui adolescente. No sé cuándo ni por qué empezó, pero creo que duró hasta los... ¿cuántos? ¿Deja uno de ser adolescente alguna vez? ¿Será cuando me case, cuando tenga un hijo, cuando haga lo que se tiene que hacer? En fin, el caso es que ser adolescente es una movida muy jodida. De verdad, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Es como un estado de irritación general constante pero también estás triste, eufórico, triste, enfadado, cabreado, más cabreado, por favor que alguien me venda un litro de napalm... Sin hablar de todos esos pelos. ¿De dónde sale tanto pelo de golpe? Y no hablemos de las hormonas, por decirlo finamente. Porque, joder, cosa que tenga que ver con el género femenino es una erección segura. No es que me queje, pero... a veces cosas tan cotidianas como caminar recto o estar atento en una clase de matemáticas se hacen de lo más difíciles. 

La cosa es que, por suerte, todo pasa y llegará un día en que tendremos que recurrir a drogas o auto-hipnosis para levantar la torre peluda de Pisa. Pero hay cosas que se quedan por ahí, revoloteando como mariposas, y de repente te dan una bofetada. Mientras era (¿era?) adolescente tuve un par de esos años locos en los que la música que escuchaba era una tragedia. De veras, de no cambiar de hábitos se habrían fundado ONG's para salvarme. En serio, cosa mala. Y una de las cosas que me pegó fuerte fue Green Day. 

La historia es conocida: uno madura, a los diecisiete años más o menos, descubre nueva música, eso le hace madurar más y reniega de toda la música que escuchaba anteriormente. Porque, señores, a los diecisiete años la madurez de una persona se mide por los grupos musicales que sigue, la música que escucha y la capacidad que tiene uno de beber el fin de semana sin morir. Creed ya no molaba, lo más duro que uno escuchaba ya no era Rammstein, sino Pantera, y por suerte me salvé de súcubos como HIM o, qué sé yo, Within Temptation. Brrr, tengo escalofríos en la nuca sólo de pensarlo. 

Pero lo de Green Day es curioso. Simplemente los aparté. Sí que negué, critiqué y pataleé contra el grupo pero era todo de boquilla. En el fondo los tenía ahí, como un a el mejor amigo del colegio que te encuentras por la calle y cambias de acera para no haceros pasar un momento incómodo a los dos. Pasé momentos geniales en mi habitación, con un CD que me grabó un colega y que tenía canciones de Green Day. Luego descubriría que no todas las canciones eran de Green Day, pero para mi todo sonaba a Green Day y ya me parecía bien fuese lo que fuese. Y, como cosa de tragicomedia clásica, esta semana prácticamente lo único que he escuchado es de parte del trío de California. 

Me picó el gusanillo, vete tú a saber por qué, por escuchar 21st Century Breakdown, disco que seguía con el concepto de ópera rock bajo el que nació American Idiot y que trataba sobre una crítica al País, al Sistema y lo mucho malo que es el Gobierno. La temática no dejará de parecerme de lo más naíf, pero suena bien. Suena realmente bien. Como American Idiot, 21st Century Breakdown no se trata de punk-rock al uso, sencillo y directo al grano. Con motivo de la historia, los dos discos tienen muchos matices y  colores muy distantes de lo que cabría esperar por un disco de punk rock. La verdad es que, musicalmente, son dos discos que encuentro muy disfrutables, especialmente 21st Century Breakdown

Y, ya que hablábamos de secretos difícilmente confesables, me acuerdo de escuchar y ver a escondidas el vídeo de 21 Guns cuando salió. Corría 2009 y yo tenía cosas más importantes en las que pensar, como el Chinese Democracy, el Dead Magnetic, God and Guns de los Skynyrds o la maravilla sureña que es Little Piece of Dixie de los Blackberry Smoke pero, cada vez que salía el condenado videoclip por la televisión, no podía evitar embobarme. Ya fuese sin prestar-prestando atención, o escondiéndome en mi habitación para que nadie oyese lo que estaba viendo, como cuando echaban en la televisión esos dibujos animados sobre chicas que de día eran estudiantes modélicas y de noche luchaban contra el mal  con el poder del amor y vestidas con preciosos trajes a juego.

Y no creo que sea nada de lo que avergonzarse, ¿no?