Páginas

Ventiuna pistolas

Todos tenemos secretos. Secretos que cuestan de confesar. Y está bien tenerlos porque, qué sería de nosotros si verbalizásemos todo lo que pensamos todas las mañanas, día tras día, cuando estamos en el tren, y tenemos la cabeza metida entre dos torres que son lo suficientemente altas para que uno pueda oler sus axilas sin esforzarse, mientras el tren no avanza y por qué no se mueve que me quiero bajar. O la chica del sábado de la discoteca que en realidad no era ni tan modelo ni tan filóloga ni tan flexible como contaste en el afterwork del lunes. O el chico del sábado en el garito de salsa que quizá no se parecía tanto a Richard Gere y que lo más parecido a un masaje de pies que te hizo fue rascarse el culo y luego oler los dedos cuando pensaba que no le mirabas. Todos nos guardamos cosas, y está bien, maldita sea, está bien que la ropa sucia no asome cuando hay visitas. Yo no me puedo identificar con estas trivialidades pero, a pesar de ser un ser superior, también soy humano y, como todos, sangro cuando me pinchan y, como a todos, me avergüenzan muchas de las cosas que he hecho durante mi vida.

Veréis, yo también fui adolescente. No sé cuándo ni por qué empezó, pero creo que duró hasta los... ¿cuántos? ¿Deja uno de ser adolescente alguna vez? ¿Será cuando me case, cuando tenga un hijo, cuando haga lo que se tiene que hacer? En fin, el caso es que ser adolescente es una movida muy jodida. De verdad, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Es como un estado de irritación general constante pero también estás triste, eufórico, triste, enfadado, cabreado, más cabreado, por favor que alguien me venda un litro de napalm... Sin hablar de todos esos pelos. ¿De dónde sale tanto pelo de golpe? Y no hablemos de las hormonas, por decirlo finamente. Porque, joder, cosa que tenga que ver con el género femenino es una erección segura. No es que me queje, pero... a veces cosas tan cotidianas como caminar recto o estar atento en una clase de matemáticas se hacen de lo más difíciles. 

La cosa es que, por suerte, todo pasa y llegará un día en que tendremos que recurrir a drogas o auto-hipnosis para levantar la torre peluda de Pisa. Pero hay cosas que se quedan por ahí, revoloteando como mariposas, y de repente te dan una bofetada. Mientras era (¿era?) adolescente tuve un par de esos años locos en los que la música que escuchaba era una tragedia. De veras, de no cambiar de hábitos se habrían fundado ONG's para salvarme. En serio, cosa mala. Y una de las cosas que me pegó fuerte fue Green Day. 

La historia es conocida: uno madura, a los diecisiete años más o menos, descubre nueva música, eso le hace madurar más y reniega de toda la música que escuchaba anteriormente. Porque, señores, a los diecisiete años la madurez de una persona se mide por los grupos musicales que sigue, la música que escucha y la capacidad que tiene uno de beber el fin de semana sin morir. Creed ya no molaba, lo más duro que uno escuchaba ya no era Rammstein, sino Pantera, y por suerte me salvé de súcubos como HIM o, qué sé yo, Within Temptation. Brrr, tengo escalofríos en la nuca sólo de pensarlo. 

Pero lo de Green Day es curioso. Simplemente los aparté. Sí que negué, critiqué y pataleé contra el grupo pero era todo de boquilla. En el fondo los tenía ahí, como un a el mejor amigo del colegio que te encuentras por la calle y cambias de acera para no haceros pasar un momento incómodo a los dos. Pasé momentos geniales en mi habitación, con un CD que me grabó un colega y que tenía canciones de Green Day. Luego descubriría que no todas las canciones eran de Green Day, pero para mi todo sonaba a Green Day y ya me parecía bien fuese lo que fuese. Y, como cosa de tragicomedia clásica, esta semana prácticamente lo único que he escuchado es de parte del trío de California. 

Me picó el gusanillo, vete tú a saber por qué, por escuchar 21st Century Breakdown, disco que seguía con el concepto de ópera rock bajo el que nació American Idiot y que trataba sobre una crítica al País, al Sistema y lo mucho malo que es el Gobierno. La temática no dejará de parecerme de lo más naíf, pero suena bien. Suena realmente bien. Como American Idiot, 21st Century Breakdown no se trata de punk-rock al uso, sencillo y directo al grano. Con motivo de la historia, los dos discos tienen muchos matices y  colores muy distantes de lo que cabría esperar por un disco de punk rock. La verdad es que, musicalmente, son dos discos que encuentro muy disfrutables, especialmente 21st Century Breakdown

Y, ya que hablábamos de secretos difícilmente confesables, me acuerdo de escuchar y ver a escondidas el vídeo de 21 Guns cuando salió. Corría 2009 y yo tenía cosas más importantes en las que pensar, como el Chinese Democracy, el Dead Magnetic, God and Guns de los Skynyrds o la maravilla sureña que es Little Piece of Dixie de los Blackberry Smoke pero, cada vez que salía el condenado videoclip por la televisión, no podía evitar embobarme. Ya fuese sin prestar-prestando atención, o escondiéndome en mi habitación para que nadie oyese lo que estaba viendo, como cuando echaban en la televisión esos dibujos animados sobre chicas que de día eran estudiantes modélicas y de noche luchaban contra el mal  con el poder del amor y vestidas con preciosos trajes a juego.

Y no creo que sea nada de lo que avergonzarse, ¿no?

No hay comentarios:

Publicar un comentario