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Hot Rockin

Me acabo de apuntar al gimnasio. El gym, La Última Frontera.

Que sí, que sí, que va en serio. Tengo la pulserita y todo.

En realidad lo que he hecho ha sido apuntarme a la piscina del pueblo, con la mala pata que la piscina del pueblo es a la vez gimnasio, spa, pistas de pádel, y una sala con una especie de cuerdas que me han dicho que están muy de moda, que ni conocía y que me aspen si recuerdo para qué diablos sirven.

Me he apuntado porque un colegiado médico de lo más cachondo mental me ha recomendado que nade, para fortalecer la espalda (no puede ser que teniendo veinticinco años tenga achaques de octogenario). Es por eso que la idea será limitar mis visitas a la piscina, pero es inevitable que tenga una sensación extraña en el estómago.

Ya al acercarme a la puerta las imágenes venían a la mente: la sensación de ser un niño (más enclenque que todo lo contrario) e intentar pasar desapercibido en el vestuario, la escena de El Señor de las Moscas donde Piggy muere, o aquélla vez que empezamos la fiesta bebiendo litronas a las puertas de las pistas de pádel y juré que nunca jamás pondría mis pies ahí. 

Mira que me he visto todas las pelis de Rocky, incluso alguna vez creo que he llegado a sudar, pero no sé qué esperar. En esencia, todo lo que sé sobre los gimnasios lo he aprendido del videoclip de Hot Rockin. En realidad, todo lo que sé sobre masculinidad lo he aprendido de los videoclips de Judas Priest. Es por eso que todo lo que tenga que ver con la idea occidental de la hombría me parece más raro que um perro verde. 

Rezad por mí, os lo suplico.

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