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Young Man's Blues


Si hay una historia de fracaso, injusticia y muerte en con la cara en el barro que merezca ser contada, ésa es la de Rock City Angels. Mucho se ha dicho, conspiranoiado y escrito sobre uno de los episodios más sonados de la escena del hard rock angelino de los 80 y asegurar qué partes son ciertas y qué no se antoja realmente complicado. Sin embargo, es una historia que tiene que ser contada. 


Todo se remonta a principios de los ochenta, Florida. Bobby Bondage, vocalista, y Andy Panik, bajista, se conocen en una proyección del documental sobre la música punk de la época The Decline of Western Civilization y forman The Abusers. El sonido y la estética punk rock en sus inicios se fue maquillando -literalmente- con lápiz de labios, eyeliner y un sonido acorde a los tiempos que corrían: una mezcla de punk y glam sucia y brillante que les caracterizaría durante gran parte de su carrera. Bobby Bondage, en éstas se haría llamar Bobby St. Valentine para ser finalmente Bobby Durango, vocalista ya de Rock City Angels. Pese a tener cierta aceptación y fama entre las gentes de la zona de Florida, el éxito real no llegaba y, cuando el grupo estaba a nada de echar el cierre, apareció Ann Boleyn de New Renaissance Records. Se fija en el grupo y les contrata, llevándoselos a Los Angeles, el lugar a ir si se quería ser alguien en la industria. 

Ya en Los Angeles el grupo conoce a un joven y aún desconocido Johnny Depp, que se enrolaría en la causa como guitarrista rítmico. Su sonido sucio y directo y su estética les hicieron crecer como la espuma en los círculos de pubs y locales de la ciudad, haciéndose un espacio en el nicho de bandas como Junkyard, Faster Pussycat o unos Guns and Roses que aún no eran el dinosaurio que acabarían siendo. Este hecho, precisamente, fue el que puso a los Rock City Angels en el radar de Geffen Records. 


Aquí es donde viene una de las partes morbosas de la historia y vete tú a saber si es cierta: el interés de Geffen no se encuentra realmente en nuestros protagonistas de hoy. A la discográfica ni siquiera le gusta el grupo ni su sonido pero, como he dicho antes, está ganando cierta popularidad en los círculos de un grupo en que la discográfica sí tiene interés: nada más y nada menos que Guns and Roses. Los de Florida son una amenaza real para su juguete favorito y Geffen decide comprar los derechos y el contrato del grupo, según se dice, con malas artes. Se dice que Ann Boleyn de New Renaissance Records recibió amenazas e incluso un inocente atentado contra su vida como parte de las negociaciones.


Al final Geffen se hace con el contrato de Rock City Angels. Ya bajo el ala de la todopoderosa multinacional, el grupo edita su disco debut y éste se publica en 1988; un disco que es, perdonarme que sea poco fino, mejor que se te siente Scarlett Johansson en la cara. Pero antes de meternos en solfa, sigamos con la historia. Geffen descuida deliberadamente la promoción del disco y, aunque el grupo gira con gente del nombre de los Georgia Satellites, Joan Jett o Jimmy Page, el disco no llega tan lejos como debería. De hecho, las turbias habladurías dicen que sí se compraron discos, y el grupo cobraba los royalties que le correspondía, pero que luego estos discos iban a ninguna parte: Geffen los mandaba a destruir.


Cuando Rock City Angels están preparados para arrancar a grabar el segundo álbum la discográfica rechaza todo el material que tenían preparado. Eso es nada menos que cerca de ochenta canciones, más seis temas más grabados en Londres con Brian Robertson, guitarrista de Thin Lizzy. Eventualmente, la todopoderosa Geffen terminaría dándole la patada a estos fracasados. Las teorías pasan desde las drogas a problemas con la propiedad de algunas de las canciones del grupo, el hecho de querer allanar el camino a unos Guns and Roses que sí acabarían triunfando, hasta el interés de mantener a Johnny Depp centrado en su carrera como actor.


Sea como fuere, el grupo cayó en desgracia para acabar muriendo en el olvido. Muchas de estas canciones rechazadas acabarían viendo la luz bajo otros sellos, pero es evidente que Rock City Angels no obtuvieron la popularidad que, personalmente, merecían. Seamos honestos, Guns and Roses demostrarían que están en un nivel completamente diferente, pero este Young Man's Blues, el debut de estos pobres fracasados de la Costa Este, estaba por encima de mucho de lo que se hacía durante esos años en la escena del glam y el sleazy angelino.


El disco en sí es una maravilla con un sonido crudo y sucio que en muchos momentos recuerda a unos ZZ Top pasados por una lijadora. De hecho muchos de los temas más roqueros del disco tienen un tinte a blues rock llevado a la perfección, consiguiendo los riffs sencillos pero contundentes de temas como Deep Inside My Heart o Boy From Hel's Kitchen. El sonido glam de los inicios del grupo se deja manchar por estas influencias, de blues y de soul, dejando un sonido deliciosamente perverso y pantanoso.


Si tuviese que quedarme con un par de detalles sobre este disco (ustedes tendrán sus cosas que hacer y su paciencia tendrá un límite) me quedaría con un par de canciones en concreto. Los dos temas que he mencionado antes, el funky fardón de Beyond Babylon, la excelente rendición de These Armos of Mine de Otis Redding o Gotta Swear. Gotta Swear lo tiene todo, al principio, para ser un single poderoso. El limpio y metálico sonido de una guitarra acústica, un rasgueo sencillo, la voz empieza delicada y sencilla y entonces... Se mancha. En el mejor sentido de la palabra: eléctrico, blusero, un slide eléctrico que alimenta el alma. Está lejos de ser un tema para mojar bragas o llenar estadios, pero es sencillamente delicioso. Luego te viene Dark End of The Street y es mejor si cabe. Más delicada, bonita y con una crudeza que pone la piel de gallina cuando crece y crece para llegar a un intermedio que recuerda al que harían Guns and Roses en su versión de Knockin on Heaven's Door, pero sin la vergüenza ajena.
Young Man's Blues es un disco para enseñar en las escuelas. Denle al play ya.

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