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De Imelda May, del nuevo disco y de una aburrida reflexión



El otro día me topé con Imelda May en Barcelona. Ella estaba en la portada de una revista musical y yo, bueno, fuera de la portada de una revista musical, como es obvio. Parece que los periodistas aún no se han dado cuenta de la incansable y valiosa aportación que estoy haciendo a las artes desde este humilde y desordenado trastero que es este blog. No pasa nada, nadie es perfecto.

Pero volvamos al tema: Imelda May en la portada de una revista, y me crucé con ella. Ahora no sé si lo correcto es decir que me crucé con la revista o con la propia Imelda. Pero el caso es que mis ojos acabaron en ella y, como pasa en las grandes historias que empiezan de formas mil veces mejores, no la reconocí a la primera. Pero me resultaba muy familiar. 

Al final sí, veo más allá de la fotografía y lo leo: Imelda May. Y, como cuando uno se acuerda de casualidad de un amigo perdido de la infancia, se suceden varios momentos a la memoria, como si de diapositivas se tratasen: Johnny's Got a Boom Boom, Mayhem, la fantástica versión en directo de Train Kept A Rollin', decenas de canciones más, y darle las gracias a Dios con lágrimas en los ojos por lo maravillosamente perfecta que es Kentish Town Waltz

Imelda se hizo un lugar en mi corazón desde que me la recomendaron casi de casualidad. Y, de la misma manera, casi de casualidad, es 2017 y me vuelvo a encontrar con ella tres años después del fantástico disco que es Tribal, casi sin reconocerla. Y es que, ya lejos de su imagen de "chica mala" del rockabilly, Imelda aparece con una imagen muy diferente, de la que cualquiera diría que es "más madura". Y no voy a mojarme en ese aspecto porque esa afirmación implicaría varios juicios con los que, bueno... no me apetece implicarme ahora mismo. 

Recuerdo la primera vez que la vi (antes siquiera de escuchar una sola canción suya) que pensé que era una de las mujeres más hermosas que había visto en la vida. Luego ya pensé que era una de las voces más hermosas que había escuchado en la vida y aún hoy lo sigo pensando, y pienso lo mismo aún con ese cambio de imagen radical.

Sin embargo, no puedo evitar tener sentimientos encontrados con todo esto, y con todo esto que estoy escribiendo. Una cantante (y artista como la copa de un pino centenario) publica material nuevo después de varios años. Resulta que, circunstancialmente, ésta publicación va acompañada de un drástico cambio de imagen de la artista, que puede deberse o no a todo el asunto. Y lo que me da a mi por escribir es sobre lo guapa que es o lo guapa que deja de estar. Evidentemente, si me da por escribir sobre el nuevo disco o sobre cualquier otro ya me encargare yo de describir cómo uno es capaz de tocar el cielo cuando escucha la voz de Imelda. También diría que perdí la suerte de verla en directo pero que un buen amigo la vio y, a parte de tener una fuerza arrolladora en escenario, es una persona de lo más amable y afable. 

Y tendría mil cosas que decir sobre las canciones, las emociones e incluso los recuerdos personales que envuelven algunas de ellas. Pero aquí estoy, haciendo una especie de review de la semana de la moda, porque es lo primero que me ha venido a la mente  al verla (qué bella que sigue siendo). No quiero entrar en temas ideológicos, porque llevan a extremismos y éstos (de todo tipo) me cargan la cornamenta hasta la saciedad, pero ello no evita que el tema esté ahí y que me haga reflexionar y, de algún modo, sentirme raro.

En fin, también es cierto que tengo casi una hora de tren para aburrirme y, lo único que tengo ahora mismo es el recuerdo de una revista que he visto en una FNAC, así que tampoco me tomo muy a pecho. Me quedaré con esta suerte de alegría que es recuperar un artista perdido, que además te viene con un disco nuevo bajo la manga.




Con la cancioncita dejo: http://www.deezer.com/artist/146645 el sitio de Deezer de Imelda, en el que uno puede disfrutar de varios discos y más canciones maravillosas. 

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